Cuatro etapas para manejar las emociones

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El ser humano está compuesto por emociones. Miedo, Enfado, Tristeza, Alegría, Sorpresa y Asco (METASA como regla mnemotécnica) son las básicas. Normalmente, no solo no somos conscientes de estar en una emoción si no que también tendemos a enmascarar aquellas que se nos hacen difíciles de digerir, que no nos gustan o nos provocan incomodidad. Esto propicia que gestionar las emociones se nos haga difícil e incluso que vayamos en contra de lo que en verdad necesitamos. Todo ello por simple desconocimiento de nuestras necesidades más internas y un bajo reconocimiento emocional.

El Método CARA de gestión emocional

En este artículo, hablaremos de 4 fases para empezar a gestionar las emociones de forma sencilla que, a su vez, necesita práctica. Por lo que te animo a que cada día dediques un rato a pararte a escuchar a tu cuerpo y observar la emoción en la que te encuentras.

1. Conciencia

El primer paso es a su vez el más difícil de todos y el más necesario para empezar a gestionar las emociones. Consiste en reconocer la emoción en la que me encuentro. Habitualmente, las personas no reconocemos exactamente cuál es la emoción que nos está moviendo. A veces por desconocimiento y otras por no querer mirar la emoción que estamos sintiendo. Nuestras emociones viven en nosotros y podemos tomar conciencia de ellas a través de las señales que nos indican. Ya sea con los mensajes que nos enviamos mentalmente o con las reacciones que se dan en nuestro cuerpo.

La primera parte pues se basa en parar y observar lo que está pasando dentro de mí. Puede ser que de repente sienta que aprieto las manos y mandíbulas (enfado) o que tengo una sensación extraña en la tripa (miedo). Aunque hay señales que son comunes, hay otras que dependen de cada persona y para ello es bueno que empecemos a estudiar cómo reaccionamos ante las distintas situaciones y sobre todo, que nos pasa en el cuerpo en ellas.

Una vez que tomamos conciencia de que dentro de mí hay una emoción que está fluyendo es bueno hacerla foco y ponerle nombre. Teniendo en cuenta, como decíamos, que en muchas ocasiones podemos equivocarnos. Por ejemplo, es muy habitual que el miedo o la tristeza los cubramos con otra emoción, ya que estas nos suelen resultar desagradables.

Victimismo

2. Aceptación

Como estamos comentando, al ser humano le cuesta aceptar determinadas emociones. Ya sea por las creencias que tiene asociadas o por el propio dolor que le puede suponer. Esto genera que se repriman o incluso que se enjuicien, haciendo que la emoción no sea aceptada.

Por ejemplo, creencias implantadas como “no llores que no pasa nada”, “tienes que ser fuerte” o “no puedes tener miedo de eso” hacen que emociones como tristeza o miedo se vean coartadas y cuesten de expresar. Haciendo que no nos permitamos esa emoción. De aquí por lo tanto salen dos vertientes: o que la emoción se acumula hasta que estalle o que cubramos esa emoción con otra.

Es muy habitual por ejemplo un enfado con una persona querida que si nos paramos a pensar es tristeza por que ha pasado algo que me duele y por ende. Depende de la persona y sus creencias, puede cortarse cualquier emoción y no solo estas dos. Por ejemplo, el típico “no me quiero alegrar por si pasa algo malo”, donde frenas la alegría o un “no voy a decir nada por si se enfada”, donde no pones límites y frenas el enfado.

Observar nuestra emoción y, sobre todo, lo que estamos sintiendo, es necesario para llegar a una aceptación de la misma. Y tras esta observación, tener en cuenta nuestros juicios y creencias para poder gestionarlos y aceptar que la emoción que tenemos es sana y necesaria. Cuando hablamos de aceptación hay que tener dos claras. La primera de ellas es preguntarnos si estamos siendo honestos con nosotros mismos. La segunda, comprender que si las emociones llevan tantos años de evolución con nosotros es porque simplemente, son adaptativas.

3. Reflexión

Continuando con la última idea, las emociones son adaptativas. Es decir, que evolutivamente cumplen su función para con nosotros y nos ayudan a desenvolvernos por el entorno, por lo que hablar de emociones positivas o negativas pierde fuelle en pos de comprender que simplemente se pueden vivir de forma agradable o desagradable.

Por ello, la emoción está principalmente conmigo para darme información de lo que necesito y, sobre todo, para darme una dirección. Este punto es por ende un punto de introspección donde necesito poner el foco dentro de mí y mirar estos puntos.

Hay que tener en cuenta que una emoción mal gestionada puede llevarme a malestar psíquico. Por ejemplo, un enfado que no expreso y en el que acabo siendo pasivo acaba afectando a mi autoestima y a lo que estoy pensando de mi. Muy habitual las frases del estilo “soy tonto, no debería haberme callado” que hacen que el principal castigado sea el autoconcepto. Habitual también que esa pasividad aguantada acabe explotando de forma agresiva cuando no puedo más y que el mensaje interno pase a “soy tonto, no debí hablar así…” haciendo que volvamos a castigarnos a nosotros mismos.

En tristeza el “soy fuerte” y no aceptar, como decíamos antes, que estar mal NO es de débiles, genera que no mire dentro de mí y, por ende, no encuentre lo que necesito para avanzar. Haciendo que por ejemplo situaciones donde la tristeza son necesarias, como los duelos, se alarguen mucho más en el tiempo.

Por ende, dentro de esta fase, debemos observar también las conductas que estamos teniendo y las acciones que llevamos a cabo. No solo con nosotros si no también con el entorno. Para cubrirme y estar tranquilos a veces utilizamos conductas que en verdad no están siendo sanas para mi y a la larga producen un efecto contrario. Por ejemplo, lo que hablábamos antes de cómo nos comunicamos con los demás o evitar un miedo, que hace que al final, tengamos cada vez más miedo por la propia evitación.

Esta fase se focaliza por ende en comprender la información que nos da la emoción por un lado y en observar cómo están siendo nuestras conductas por el otro. Todo ello, para poder tomar conciencia real de lo que ocurre en nosotros y la respuesta que estamos dando.

4. Acción

La fase de acción se centra básicamente es un proceso de toma de decisiones. En el que tras comprender y aceptar la emoción, hemos observado a nosotros y a nuestro comportamiento y hemos recogido la información de lo que necesitamos para dar una respuesta acorde y proporcionada. Es decir, una respuesta que sea sana tanto para nosotros como para el entorno.

Es muy importante, eso sí, para un correcto cuidado emocional, que las acciones que llevemos y respuestas que demos vayan sintonizadas también con nuestros valores. Ya que si no fuese el caso, pese a que tomemos una decisión, también nos generaría malestar emocional. Por lo que, al margen de lo aquí escrito, también te animo a dar una vuelta dentro de ti y observar cuáles son tus valores principales, aquellos que hacen que te muevas.

A modo de resumen: La acción es la fase en la que tomamos responsabilidad sobre lo que sentimos y generamos una conducta acorde teniendo en cuenta toda la información conseguida.

Principales características del texto argumentativo

Fuente (para controlar el refrito): https://psicologiaymente.com/psicologia/metodo-cara-gestion-emocional

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