Tras la finalización del conflicto global, Alemania quedó completamente devastada. Los bombardeos aliados habían devastado importantes ciudades como Berlín y Dresde, dejando a ocho millones de familias sin hogar, y su próspera industria había sido completamente destruida. La pérdida humana también fue devastadora, con doce millones de civiles y soldados muertos.
La situación podría haber sido peor si se hubieran implementado planes de posguerra como el de Morgenthau, que pretendía prohibir las fábricas para evitar un futuro rearme, pero la creciente rivalidad entre los bloques comunista y capitalista llevó a la división del país en dos estados: Alemania Occidental y Oriental, que se convirtieron en estados tapón entre Occidente y los soviéticos.
Renaciendo de las cenizas
Por lo tanto, los aliados movilizaron a la población civil para limpiar las calles de escombros y recuperar todos los materiales útiles en el largo proceso de reconstrucción. Dada la escasez de hombres sanos, las mujeres desempeñaron un papel crucial en esta tarea, transportando montones de ladrillos y desechos a cambio de comida o cupones de racionamiento, ganándose el cariñoso apodo de Trümmerfrau o Mujeres de los Escombros.
Pero no fue suficiente con limpiar las calles, sino que se necesitaba una inyección de fondos, proporcionada por Estados Unidos en 1948 a través del Plan Marshall, que ofreció 1.4 billones de dólares para la compra de productos estadounidenses.
Esta decisión política, rechazada por la Alemania comunista que ya recibía ayuda de Moscú, permitió a sus contrapartes occidentales adquirir la maquinaria, materias primas y fertilizantes necesarios para revitalizar el sector industrial y agrícola.
El Plan Marshall, lejos de ser una medida altruista, mantuvo a Alemania bajo la influencia de Estados Unidos y creó un mercado para sus productos, pero gracias a él, los alemanes pudieron reconstruir su nación y restablecer una economía que pronto se convertiría en la más grande de Europa.
El milagro de Berna
Este proceso de recuperación alcanzó su punto culminante con la victoria de Alemania Occidental en la Copa del Mundo de 1954 en Suiza. Bajo la dirección de Sepp Herberger, el equipo alemán se destacó durante el torneo, con una serie de victorias solo empañadas por una derrota 3-8 frente a Hungría, el equipo comunista al que se enfrentarían en la final.
El partido, jugado el 4 de julio en Berna, comenzó mal para los alemanes, quienes encajaron un gol de Ferenc Puskás seguido minutos después por otro de Zoltan Czibor. A pesar de eso, los alemanes contraatacaron con fuerza en la primera mitad, con un gol de Max Morlock en el minuto 18 y otro de Helmut Rahn que empató el partido.
La segunda mitad fue aún más intensa, con Hungría dominando y generando numerosas oportunidades de gol que la sólida defensa de Toni Turek logró detener. Al final, fue Rahn quien llevó al equipo a la victoria, aprovechando una de las pocas oportunidades que tuvieron y anotando el tercer gol a solo seis minutos del final.
La victoria fue un símbolo del éxito del «milagro alemán», que transformó a una nación devastada por la guerra en una de las principales potencias económicas del continente, y devolvió a los alemanes el orgullo que habían perdido con la derrota de Hitler.