Comer es una necesidad biológica, y por ello no hemos tenido que aprender a hacerlo: el propio instinto animal se ha encargado siempre de motivarnos a ir en busca de alimentos para sobrevivir. En cambio, la gastronomía como tal tiene una historia bien distinta: ¿en qué momento el ser humano convirtió una actividad básica en un acto orientado ya no solo a la subsistencia sino también al disfrute?
Los historiadores sitúan este momento en el Neolítico, concretamente entre los ríos Tigris y Éufrates: en Mesopotamia. Tal y como te contamos en este artículo, en los palacios y templos de esta región mediterránea comenzó a cocerse la afición por comerse un buen plato, con lo cual no es de extrañar que allí mismo se hayan localizado las primeras recetas escritas de la historia.
Así lo demostró el historiador francés Jean Bottéro, durante una investigación de la Universidad de Yale, al descubrir en 1990 un conjunto de 25 recetas inscritas en tablillas cuneiformes, que ahora se conservan en la colección babilónica del Yale Peabody Museum. Estas datan aproximadamente del 1750 a.C. y evidencian que Mesopotamia no solo fue la cuna de la civilización, sino también del arte de preparar una buena comida.