Profesión peligrosa: saqueador de tumbas en el antiguo Egipto

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Pese a la severidad de las penas dictadas por los tribunales egipcios, que castigaban con la muerte los robos de tumbas, estos fueron una constante en el Egipto faraónico desde tiempos inmemoriales. A pesar de lo que pueda parecernos, no todos los egipcios sentían una veneración casi sagrada hacia sus reyes difuntos, ni un miedo supersticioso hacia los castigos, divinos o humanos, que sus actos impíos pudieran acarrearles. De hecho, los ladrones de tumbas se caracterizaron por mostrar muy poco respeto hacia los muertos y no tener miedo alguno a las admoniciones que avisaban de que el robo de tumbas era «un crimen que los dioses no perdonarán jamás a aquellos que lo cometan».

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Estos hombres no se lo pensaban dos veces si necesitaban luz para llevar a cabo sus fechorías y para lograrlo debían convertir momias infantiles en improvisadas antorchas para iluminar el camino, y tampoco les importaba desgarrar sin miramientos las envolturas de lino que cubrían los cuerpos de reyes, reinas y nobles en busca del codiciado oro, aunque para ello tuviesen que arrancar cabezas y extremidades, y arrojarlas después de cualquier manera.

Muchos fueron tan descreídos que incluso llegaron a hacer bromas macabras con las momias: en un caso, unos ladrones, tras saquear una serie de pozos funerarios que contenían animales sagrados, despojaron de sus vendas a un mono y a un perro y los colocaron uno junto al otro de modo que pareciese que ambos animales estaban manteniendo una animada charla.

Trampas para ladrones

Los constructores de las sepulturas tomaban muchas precauciones para evitar su expolio, pero a pesar de ello rara es la tumba egipcia que no ha sido saqueada. En todas, los antiguos ladrones excavaron algún túnel o lograron penetrar en su interior por algún otro medio. Los arquitectos de los faraones diseñaron desde cerrojos hasta falsos pasadizos, trampillas deslizantes de piedra y pozos llenos de cascotes que debían sepultar a cualquiera que intentara entrar.

Por lo que sabemos, estas medidas «disuasorias» no tuvieron demasiado éxito. Aunque por lo menos hubo un caso en el que sí funcionó una de estas trampas. Miles de años después, un arqueólogo halló pruebas de un ladrón muerto en plena «faena». El investigador encontró un par de brazos seccionados sobre un ataúd roto. El resto del cuerpo estaba tendido al lado. Posiblemente este hombre intentó alzar la momia del interior de su ataúd cuando el techo de la tumba se derrumbó, cortándole los brazos y matándolo en el acto.

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De hecho, los robos de tumbas se vieron incrementados en tiempos de crisis. Durante el primer período intermedio (2100-1940 a.C.), tras la caída de la dinastía VI del Reino Antiguo, el país vivió una serie de altercados y levantamientos que trastocaron el orden social. Un texto sapiencial de la época llamado Las admoniciones del sabio Ipuwer ya lo advertía: «Mira los saqueadores por todas partes» y «lo que ocultaba la pirámide ha quedado vacío».

Fuente (para controlar el refrito): https://historia.nationalgeographic.com.es/a/peligroso-oficio-saqueador-tumbas-antiguo-egipto_15521

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