Mujeres con barba en la historia del arte: ¿víctimas de prejuicios o figuras divinas?

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Cuando visitamos un museo o colección de arte, las imágenes de las mujeres barbudas nos provocan diversas sensaciones. Algunas tienen miradas desafiantes, otras resignadas, pero todas nos cuentan su trágica historia.

Las mujeres con hirsutismo siempre han sido vistas como un misterio, ya sean pecadoras o santas. Esto podía interpretarse como un anuncio de males o castigos divinos, o como un símbolo de resistencia ante la presión para renunciar a su fe.

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Desde la Antigüedad

En la Antigüedad, el vello en las mujeres se veía de manera diferente al masculino. En Oriente, había imágenes de barbadas sin connotaciones negativas, como Ishtar de Babilonia o las «Venus Barbate» de Chipre. En Occidente, el vello facial femenino se asociaba a lo maligno y libidinoso, convirtiendo a estas mujeres en moralmente reprobables.

Desde los textos bíblicos hasta la literatura, se justificaba la superioridad masculina sobre la femenina, presentando a las mujeres como seres bellos pero de bajos instintos. En las teorías médicas antiguas, el pelo era un indicador de masculinidad en los hombres y de voluptuosidad peligrosa en las mujeres.

Uno de los primeros críticos de las mujeres barbudas fue Giambattista Della Porta, quien las asociaba a un pésimo carácter. Desde la antigua Roma, se culpaba a la inmoralidad femenina de muchas desgracias públicas.

El vello en el arte

Con el tiempo, se comenzaron a representar a las mujeres barbudas en contextos diferentes, alejándose de lo pecaminoso y mostrándolas en tratados de Historia Natural o Medicina. Pintores como Sánchez Cotán y José de Ribera retrataron a algunas barbudas sin crítica ni censura.

Brígida del Río, la barbuda de Peñaranda, de Juan Sánchez Cotán.Museo del Prado

Estos artistas mostraron a las mujeres con hirsutismo desde una perspectiva documental y respetuosa. En los retratos de Brígida y Magdalena, se reflejan sus vidas y experiencias de manera sincera y digna.

Con la llegada del cristianismo, las mujeres barbudas se interpretaron como castigos divinos por el pecado. Sin embargo, con el avance científico, se abandonó gradualmente esta explicación para centrarse en problemas físicos naturales.

Retratos documentales

A partir del siglo XVI, se empezaron a realizar representaciones de mujeres barbudas en contextos científicos y filosóficos. Pintores como Sánchez Cotán y José de Ribera capturaron la vida de algunas barbudas sin prejuicios ni condenas.

‘Retrato de Magdalena Ventura, llamada la mujer barbuda, que aparece junto con su marido y su hijo’, de José de Ribera.Wikimedia Commons

Los pintores representaron a estas mujeres con respeto y cuidado, mostrando sus vidas de manera honesta y auténtica. Los retratos de Brígida y Magdalena reflejan sus experiencias de vida y sus luchas de manera conmovedora.

Barbudas y santas

Aunque la mayoría de las representaciones de mujeres barbudas están asociadas con el pecado, también existen representaciones de mujeres cuyo vello simboliza su santidad. Santa Wilgefortis es un ejemplo de una virgen mártir cuya barba fue un símbolo de su conexión con lo divino.

Santa Wilgefortis en una tabla de 1678 del Museo Municipal de Schwäbische Gmünd (Alemania).Wikimedia Commons

La historia de Santa Wilgefortis narra cómo su barba fue un signo de su conexión con lo divino y su rechazo al matrimonio. Esta representación iconográfica de mujeres santas barbudas las muestra como símbolos de santidad y conexión con lo divino.

Estas santas virilizadas se convirtieron en modelos para muchas mujeres que buscaban una conexión más profunda con lo divino. Las representaciones de mujeres barbudas se volvieron más populares en la sociedad, mostrando orgullo por sus barbas y su conexión con lo sagrado.

En resumen, las mujeres barbudas, ya sean humildes, nobles o santas, dejaron un legado a través de la historia del arte que las convirtió en mirabilia en las cámaras de las maravillas de Europa.

María del Mar Albero Muñoz, Profesora Titular de Historia del Arte , Universidad de Murcia

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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