Los restos arqueológicos también están siendo contaminados por microplásticos.

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Puede que en la actualidad seamos más conscientes de la gran magnitud del problema del plástico, que afecta a la salud de nuestro planeta y todos los seres que en él habitan. En el mundo se produce cada año una cantidad de productos plásticos que ya supera los 300 millones de toneladas, una cifra que además va en aumento. 

El plástico es un material que se produce mayoritariamente a partir de combustibles fósiles, cuyos residuos en cualquier forma son sumamente contaminantes, y no es biodegradable. Sus desechos se encuentran por todas partes, llegando a lugares remotos de la tierra y de los mares, impropiamente retirado y reciclado, y cada uno de ellos tardará cientos, incluso miles de años en descomponerse. 

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Pero si a muchos ya nos alarma ver la cantidad de residuos plásticos que dejamos esparcidos por el mundo, puede que sean aquellos que no vemos los que deberían preocuparnos todavía más: en 2004, el científico y profesor de la Universidad de Plymouth Richard Thompson acuñó el término «microplásticos» para referirse a aquellos fragmentos más pequeños, fueran perceptibles a simple vista o no. En un estudio publicado entonces en la revista Science, Thompson advertía de los peligros de estas diminutas partículas que escapan a los filtros y se introducen en el sistema alimenticio de todo ser vivo, e incluso en el aire que respiramos.
 

Podemos decir entonces, con confianza, que el plástico afecta gravemente a nuestro presente y amenaza el futuro, si no se aplican las medidas adecuadas para corregir la tendencia actual. Ahora bien, esto no es todo: un equipo de científicos ha descubierto que los microplásticos están afectando también a las evidencias que recibimos de nuestro pasado. 

Restos arqueológicos contaminados

Las universidades inglesas de York y Hull, con el apoyo de la organización educativa York Archaeology, han publicado un nuevo estudio en la revista Science que confirma una verdad preocupante: los microplásticos están realmente en todas partes, incluso en muestras arqueológicas excavadas a más de 7 metros de profundidad a finales de los años 1980. 

Esto significaría que estas diminutas partículas no solamente se encuentran cerca de la superficie, sino que consiguen llegar a capas algo más profundas de la tierra, donde comprometen la conservación de objetos que forman parte de nuestro patrimonio histórico. Así lo ha afirmado John Schofield, uno de los investigadores del proyecto y profesor en el Departamento de Arqueología de la Universidad de York. 

La relevancia de estos elementos es incalculable: se trata de testimonios materiales de épocas pasadas que permiten a arqueólogos e historiadores conocer cada vez más sobre el paso por la Tierra de antiguas civilizaciones. Ahora, gracias a este estudio, se conoce que su valor científico podría estar comprometido al haber estado rodeados de elementos tóxicos durante décadas.

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El estudio ha identificado hasta 16 tipos de microplásticos en muestras arqueológicas del siglo II, obtenidas durante la década de 1980.

York Archaeology

Concretamente, el estudio ha identificado hasta 16 tipos distintos de polímeros microplásticos en muestras variadas que pueden influir en la composición química del subsuelo y que, si la tendencia actual continúa, podrían causar una descomposición cada vez más rápida de las muestras. 

De esta forma, el análisis del impacto de los microplásticos llega también al campo de la arqueología por una cuestión de necesidad: aprender a prevenir los efectos de este elemento disruptor sobre los restos extraídos de yacimientos arqueológicos, como los que se han podido observar por primera vez en el esqueleto de la Universidad de York que datan alrededor del siglo II. 


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