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En el año 152 a.C. se clausuran los juegos de la 157ª Olimpiada de la Antigüedad. Leónidas de Rodas se proclama vencedor en tres pruebas por cuartos Juegos consecutivos logrando 12 coronas olímpicas individuales, un récord que no será batido hasta dos mil años después por el nadador Michael Phelps.
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En un día soleado, el estadio de Olimpia brilla bajo la luz del sol. Las trompetas y las fanfarrias suenan en honor a los campeones. Miles de personas en el estadio de Olimpia aclaman a los vencedores, los olimpiónocos. Principalmente a mí, Leónidas de Rodas, el autor de la mayor gesta atlética de todos los tiempos: vencedor en tres pruebas diferentes durante cuatro Juegos Olímpicos consecutivos, coronado 12 veces con la rama de olivo silvestre del Altis, el bosque sagrado de Zeus en Olimpia. Un récord que perdurará por siglos.
No podría haber pedido un día más perfecto para culminar mi gesta, la mayor hazaña realizada por un atleta en los más de seis siglos de historia de los Juegos Olímpicos, los agones (festivales atléticos) más antiguos de la Hélade y los más prestigiosos de Grecia.
Las seis jornadas de competición llegan a su fin hoy con una procesión multitudinaria de atletas y espectadores para honrar a los campeones. Los vencedores seremos aclamados, ovacionados y llamados por nuestros nombres antes de ser coronados con la corona tallada por los sacerdotes de Olimpia con tijeras de oro de los olivos del bosque sagrado frente a la entrada principal del templo de Zeus, cuyo frontón conmemora la carrera fundacional de los Juegos entre Pélope y Enomao.
Según la leyenda, Enomao, rey de la ciudad de Pisa, al noroeste del Peloponeso, desafió a los pretendientes de su bella hija Hipodamía a una carrera de carros. El primero en vencer obtendría la mano de Hipodamía, pero los perdedores pagarían con sus vidas. Enomao estaba invicto y había matado a una docena de pretendientes cuando llegó Pélope, quien había aprendido a conducir carros del propio Poseidón olímpico. Pélope derrotó a Enomao, quien murió en la carrera, cumpliendo la profecía de la Pitia que decía que moriría a manos de su yerno. El ganador se quedó con su reino, se casó con su hija y fundó el certamen en su honor.
Los Juegos Olímpicos son mucho más que una competencia deportiva para los griegos. Desde tiempos antiguos, el Altis, o bosque sagrado de Olimpia, ha sido un lugar sagrado donde se ha establecido un santuario de reunión panhelénico que ha transmitido los ideales griegos. Esta competencia incluso marca nuestro calendario, dividiendo el tiempo en Olimpiadas, el período de cuatro años entre cada edición de los juegos.
Por ejemplo, decimos que las Guerras Médicas ocurrieron entre la 72ª y la 76ª Olimpiada o que el conflicto entre Esparta y Atenas tuvo lugar entre las Olimpiadas 87 a 94. Ahora, tres siglos después, espero que la 157ª Olimpiada quede asociada a mí y que el nombre de Leónidas de Rodas figuré en los libros de historia como el mayor atleta de todos los tiempos.
Ha habido otros grandes atletas en la historia de Grecia, como Tisandro de Naxos, un púgil que ganó cuatro veces la prueba de boxeo. O como Polidamas de Escotusa, campeón en el combate de lucha conocido como pancracio, cuyas hazañas a menudo se comparaban con las de Heracles, llegando al punto de que se enfrentó a un león con sus propias manos, como el hijo de Zeus y Alcmena.
Dos corredores antes que yo ya habían obtenido el título de triastés, es decir, vencedor en tres pruebas diferentes en los mismos Juegos Olímpicos. Fanas de Pelene y Ástilo de Crotona, quienes durante los Juegos de la 65ª y la 75ª Olimpiada, respectivamente, se destacaron en las carreras del estadio, el diaulos (doble estadio) y el hoplitódromo (carrera llevando el equipo de guerrero de hoplita).
Ástilo de Crotona no solo logró el triplete, sino que también se coronó en estadio y diaulos al mismo tiempo en otras dos ocasiones, logrando un total de siete victorias olímpicas. Platón explicaba que seguía un riguroso entrenamiento y que antes de las grandes competiciones se abstenía de relaciones sexuales para no afectar su rendimiento.
Su fama y prestigio no tenían igual, incluso provocando un conflicto diplomático, ya que a pesar de haber obtenido sus primeras cuatro victorias defendiendo a su ciudad natal, decidió competir como siracusano para complacer al tirano de la ciudad, Hierón, en la edición en la que ganó su triplete. Esta decisión enfureció tanto a los de Crotona que convirtieron su casa en una prisión y destruyeron la estatua erigida en su honor en el templo de Hera, construida después de su primer título olímpico.
He superado a todos y a los 36 años creo que es el momento de abandonar el agotador entrenamiento necesario para preparar las carreras más exigentes y disfrutar del respeto y la admiración que recibe el campeón olímpico, plasmado en poemas y odas que eternizan mis hazañas.
En mi regreso a Rodas, seré recibido como un héroe militar, con una magnífica fiesta, el saludo oficial del coro de la polis con un himno cantado en el teatro frente a todos mis conciudadanos y, quizás, en la puerta de mi propia casa. Privilegios como la manutención a cargo de la comunidad, el derecho a ocupar asientos de honor en eventos públicos o incluso la exención de impuestos. Mis victorias son motivo de orgullo y prestigio para la polis.
Y aquí en Olimpia, mi nombre quedará grabado en lápidas junto a la lista de campeones y una estatua-retrato que exalte mi grandeza y mantenga vivo el recuerdo de mi nombre a lo largo de los siglos. Como dice el poeta Píndaro: “El vencedor el resto de sus días / tendrá una dicha con sabor a mieles”.
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