La Pequeña Edad de Hielo y su impacto en Europa con una ola de frío devastadora.

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En 1642, los habitantes de Chamonix, que por entonces era una pequeña población perdida en los Alpes, a orillas del río Arve, vivían bajo la amenaza permanente de los glaciares.

Su avance, acompañado de avalanchas e inundaciones, había ocasionado la pérdida de un tercio de las tierras de cultivo de la localidad en menos de un lustro. Pero aquel año el glaciar Des Bois progresó «una medida diaria equivalente al alcance de un disparo de mosquete, incluso en agosto».

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Temerosos de que el glaciar obstruyera el curso del Arve, los lugareños acudieron al obispo de Ginebra, que en junio de 1644 marchó al frente de una procesión en la que se imploró la ayuda divina para conjurar este peligro y evitar que el hielo engullera los caseríos de Les Bois, Argentière, Le Toury Les Bossons.

El poderoso y destructivo glaciar constituía un peligro para los campesinos, pero un siglo después también se convirtió en una soberbia atracción: en 1741, el aristócrata británico George Windham visitó Chamonix y alcanzó la cima del glaciar Des Bois, que bautizó como Mer de Glace en un libro que inauguró el turismo alpino.

Un clima impredecible

Precisamente la espectacular expansión de los glaciares de los Alpes y de Noruega, Alaska, Nueva Zelanda y otros puntos del planeta entre 1550 y 1850 da cuenta de uno de los períodos más fríos de la llamada Pequeña Edad de Hielo, con la que concluyó el largo verano que los europeos habían disfrutado durante cinco siglos.

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Europa, en efecto, había gozado de un clima cálido y estable entre los siglos IX y XIII. Veranos secos y cálidos, con una temperatura media casi un grado más alta que en el siglo XX, habían favorecido la prosperidad agrícola, sobre la que se asentó una sociedad medieval en expansión que tuvo en las catedrales su expresión más brillante.

Veranos secos y cálidos, con una temperatura media casi un grado más alta que en el siglo XX, habían favorecido la prosperidad agrícola.

Escena en el hielo. Hendrick Avercamp. Primera mitad del siglo XVII. Teylers Museum, Haarlem.

Escena en el hielo. Hendrick Avercamp. Primera mitad del siglo XVII. Teylers Museum, Haarlem.

Escena en el hielo. Hendrick Avercamp. Primera mitad del siglo XVII. Teylers Museum, Haarlem.

PD

Pero en el siglo XIV, el clima europeo empezó a cambiar: las grandes lluvias que anegaron el continente entre 1314 y 1316 fueron el preludio de la Pequeña Edad de Hielo, que se prolongó hasta 1850. A pesar de su denominación, las bajas temperaturas no fueron una constante de este período.

El geógrafo español Antón Uriarte (en su Historia del clima de la Tierra) indica que para algunos estudiosos el enfriamiento solo afectó a los inviernos, pero no a los veranos; no se habría tratado de siglos uniformemente fríos, sino que en ellos habrían sido más frecuentes los episodios de clima severo intercalados en intervalos largos de clima similar al actual.

En tal sentido, para el arqueólogo británico Brian Fagan (autor de La pequeña Edad de Hielo), el de esa época fue un clima muy inestable de condiciones frías: las fluctuaciones climáticas habrían constituido la nota dominante de varios siglos en los que hubo inviernos durísimos seguidos de precipitaciones torrenciales en primavera y entrado el verano; otros, de inviernos moderados; y otros, con veranos tórridos y sequías devastadoras. Al parecer, en el hemisferio norte solo hubo algunos ciclos cortos de frío extremo, como el de 1590-1610.

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Tiempos sombríos

En aquellos años, el frío y las lluvias malograban los cultivos y abrumaban el espíritu de los hombres. En 1595, Daniel Schaller, párroco de la localidad prusiana de Stendal, junto al Elba, sustentaba su convicción de un próximo final del mundo en el desolador panorama que se ofrecía a sus ojos: «La luz del Sol no es constante, ni el invierno ni el verano son estables. Los frutos de la tierra no maduran como antaño. La fertilidad del mundo disminuye; los campos están agotados; los precios de los alimentos suben y se extiende el hambre».

En 1595, Daniel Schaller, párroco de la localidad prusiana de Stendal, junto al Elba, sustentaba su convicción de un próximo final del mundo.

Paisaje de invierno con patinadores. Hendrick Avercamp. 1608. Rijksmuseum, Ámsterdam.

Paisaje de invierno con patinadores. Hendrick Avercamp. 1608. Rijksmuseum, Ámsterdam.

Paisaje de invierno con patinadores. Hendrick Avercamp. 1608. Rijksmuseum, Ámsterdam.

PD

De hecho, la climatología adversa pudo haber tenido como víctimas indirectas a las personas condenadas por brujería, a muchas de las cuales se acusó de malograr cultivos y animales, perdidos, en realidad, a causa del mal tiempo. La caza de brujas se desató a partir de la década de 1560, cuando el clima se tornó cada vez más desfavorable.

Entre 1580 y 1620, más de un millar de personas acusadas de brujería fueron quemadas en Berna. En Inglaterra y Francia, el número de acusaciones alcanzó su máximo en 1587 y 1588, años de clima especialmente adverso. Pero el cambio en el clima tuvo otras repercusiones de envergadura en la economía y la sociedad europeas.

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Una revolución agrícola

La agricultura fue víctima y beneficiaria de las fluctuaciones climáticas de la Pequeña Edad de Hielo. Estas afectaban a los ciclos de crecimiento y cosecha de los cereales, cuyo cultivo tenía relación directa con la ganadería: se criaba ganado para trabajar la tierra y abonarla

Fuente (para controlar el refrito): https://historia.nationalgeographic.com.es/a/pequena-edad-hielo-ola-frio-que-asolo-viejo-continente_18751

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