Uno de los mitos más difundidos sobre la sociedad colonial latinoamericana es que era exclusivamente católica.
Según la historia tradicional, los europeos llevaron su religión al Nuevo Mundo y los españoles fueron los más fervientes en sus esfuerzos por convertir a los indígenas. Desde la perspectiva española, la expansión del catolicismo a todos los rincones del mundo fue fundamental en la colonización.
Un simple vistazo a la profunda presencia católica que aún existe en gran parte de la región, con aproximadamente el 57% de los latinoamericanos, puede sugerir el éxito de los misioneros españoles.
Sin embargo, el dominio español en América no era absoluto. A pesar de las afirmaciones de los misioneros de convertir a miles de almas diariamente al cristianismo, la vida espiritual en las colonias habría hecho dudar al Papa.
Lejos del Vaticano
Las colonias españolas eran una diversidad de tierras fronterizas construidas sobre la infraestructura en ruinas de civilizaciones indígenas como los mexicas y los incas. Incluso en los centros de control colonial como Ciudad de México y Lima, el poder español estaba descentralizado, lo que significaba que casi ninguna política, orden o ley se aplicaba de manera coherente. La autoridad de la corona española dependía tanto de los caprichos de los administradores de bajo rango como de los consejeros reales.
La irregularidad en la autoridad colonial también se reflejaba en el ámbito religioso, objeto de mi investigación histórica. A menudo, la «conversión» se limitaba al bautismo. Los sacerdotes rociaban agua sobre la cabeza del converso, lo renombraban con un nombre «cristiano» -es decir, español- y lo alentaban a asistir a misa los domingos. Sin embargo, la asistencia era a menudo más irregular que en un aula pospandémica.
Existen diversas razones para ello. En primer lugar, la brutalidad de algunos españoles dificilmente los convertía en evangelizadores atractivos. Las famosas últimas palabras de Hatüey, un líder indígena taíno que lideró una rebelión en lo que hoy es Cuba, lo demuestran.

Antes de ser quemado en la hoguera, Hatüey le preguntó al sacerdote si los españoles también iban al cielo. Cuando el cura respondió que «los buenos sí», Hatüey, sin dudarlo, eligió ir al infierno para no tener que volver a ver a esos brutos crueles.
Bartolomé de las Casas, misionero del siglo XVI, documentó este incidente para condenar la violencia de los colonizadores españoles en América.
En segundo lugar, las prácticas espirituales indígenas recibieron un impulso involuntario del Papa. Pablo III, papa entre 1534 y 1549, otorgó exenciones religiosas especiales a los indígenas de América, considerados nuevos conversos o «neófitos» en la fe.
En la práctica, este estatus les permitía no cumplir estrictamente con todas las prácticas católicas: no celebrar todas las festividades, no ayunar con regularidad, casarse entre primos, entre otras cosas.
Este enfoque flexible -aunque violento- de la conversión significaba que las prácticas espirituales indígenas se entrelazaban frecuentemente con las españolas. Un ejemplo claro de este sincretismo religioso es Nuestra Señora de Guadalupe, a quien muchos católicos veneran como una aparición de la Virgen María, incluyendo a católicos indígenas. Sin embargo, muchos indígenas también identifican a Guadalupe con Tonantzin. Este término significa «Nuestra Madre» en náhuatl, la lengua de los mexicas, y podría referirse a diversas diosas.

En tercer lugar, a medida que el comercio transatlántico de esclavos se intensificaba en el siglo XVI, los sistemas espirituales de África occidental y central se sumaban a la mezcla. Por ejemplo, muchos africanos y sus descendientes utilizaban amuletos protectores llamados «nóminas» y «bolsas de mandinga», y adecuaban los rituales curativos y los conocimientos médicos africanos a los contextos del Nuevo Mundo.
Paralelamente, el menos conocido comercio transpac
Fuente (para controlar el refrito): https://historia.nationalgeographic.com.es/a/periodo-colonial-america-latina-fue-mucho-menos-catolico-que-parece_20912