Roma, una ciudad construida entre colinas, con llanuras pantanosas que se fueron drenando y ocupando a lo largo del tiempo. Como capital de un gran imperio, llegó a albergar a más de un millón de habitantes, la mayoría de los cuales vivían en condiciones de hacinamiento en tabernas, trastiendas, altillos, pisos y buhardillas, mientras unos pocos afortunados disfrutaban de espaciosas y cómodas residencias con patios y jardines.
Las calles de Roma, angostas y empinadas en su mayoría, sucias y malolientes, se encontraban abarrotadas de gente durante el día. Por la noche, estas mismas calles quedaban sumidas en la oscuridad al carecer de iluminación pública. A pesar de ello, Roma parecía nunca dormir, y muchos de sus habitantes tampoco lo lograban, ya que las calles se llenaban de noctámbulos una vez caía la noche.
Las patrullas nocturnas
Entre los habitantes de la noche se encontraban aquellos que velaban por obligación, para garantizar la seguridad de los ciudadanos, ya fuera protegiéndolos de criminales o del constante riesgo de incendios. Durante la República, los «tresviros nocturnos», junto con los ediles y los tribunos de la plebe, se encargaban de combatir los incendios que ocurrían por la noche, mientras que los esclavos se encargaban de apagarlos. Sin embargo, esta organización resultó ser insuficiente.
Por ello, en el año 6 d.C., el emperador Augusto estableció el cuerpo de los vigiles o «vigilantes», patrullas paramilitares encargadas de prevenir incendios y combatir el fuego en Roma. Los vigiles llevaban consigo cubos, hachas, picos, bombas de incendio, ganchos, garfios y mantas para sofocar las llamas, y estaban acompañados por un bucinator que portaba una gran trompeta para alertar a los vecinos. Sin embargo, poco pudieron hacer los vigiles ante incendios tan devastadores como el que azotó Roma en el año 64 durante el reinado de Nerón.
Los vigiles llevaban consigo cubos, hachas, picos, bombas de incendio, ganchos, garfios y mantas para sofocar las llamas.

El gran incendio de Roma del año 64, durante el reinado de Nerón. Robert Hubert. 1785. Museo de Bellas Artes André Malraux, Le Havre.
El gran incendio de Roma del año 64, durante el reinado de Nerón. Robert Hubert. 1785. Museo de Bellas Artes André Malraux, Le Havre.
Los vigiles estaban organizados en siete cohortes, cada una con más de quinientos efectivos, quizás mil, subdivididos en siete centurias por unidad. El mando estaba a cargo de un caballero, el prefecto de los vigiles, siguiendo un sistema similar al de las legiones.
Sin embargo, los vigiles no eran considerados ciudadanos libres, ya que su labor no se consideraba honorable, por lo que reclutaban a libertos (antiguos esclavos) en lugar de armar a esclavos para formar un cuerpo paramilitar. Sus funciones iban más allá de apagar incendios: también incluían la vigilancia nocturna y la lucha contra delincuentes y criminales. Así, eran una especie de milicia urbana con labores combinadas de bomberos y policía.
Roma, una ciudad insegura
La seguridad nocturna era una constante preocupación durante la época imperial, a pesar de la presencia de los vigiles en las calles, que parecían más ocupados en enfrentarse a los incendios que en detener robos y crímenes. El derecho romano estableció normas más estrictas para castigar los delitos cometidos durante la noche.
Alrededor del año 200, el jurista Paulo escribía: «Las penas para los ladrones varían. Los ladrones nocturnos son los más despreciables, por lo tanto, después de ser azotados, generalmente se los envía a trabajar en las minas. Aquellos que roban durante el día, también castigados con azotes, son condenados a trabajos forzados por cierto tiempo».
El derecho romano estableció normas más severas para castigar los delitos cometidos por la noche.

El héroe Hércules derrota al ladrón Caco. Grabado. Siglo XVI.
El héroe Hércules derrota al ladrón Caco. Grabado. Siglo XVI.
Las cohortes de vigiles patrullaban dos de las regiones o barrios de la ciudad, y su presencia era notoria. El poeta Juvenal, en el siglo I d.C., escribía: «Si alguna vez alguien intenta robarte mientras las casas están cerradas y en silencio, gracias a las cadenas en las puertas, los ladrones retroceden. Pero inmediatamente después, un ladrón acecha con un cuchillo, porque cada vez que una patrulla armada se encarga de la seguridad […] los criminales huyen a otras zonas como estrategia». Los maleantes huían tan pronto como detectaban la presencia de la patrulla.
El insoportable ruido nocturno
Las noches en Roma estaban lejos de ser silenciosas. Esto se debía en parte a una ley de Julio César que prohibía la circulación de carros con mercancías desde el amanecer hasta el atardecer.
El objetivo era evitar el constante tráfico de carros y carretas durante el día, que provocaba caos y obstrucciones y representaba un peligro para los peatones. Solo se permitía la circulación de cuatro tipos de carros: los procesionales, los de celebración de triunfos militares, los utilizados en juegos públicos y los que transportaban materiales de construcción o demolición de edificios públicos.
Una ley promulgada por Julio César prohibía la circulación de carros con mercancías desde el amanecer hasta el atardecer.