Aunque su nombre no sea tan famoso como el de Sócrates, Platón o Aristóteles, Epicuro fue uno de los filósofos más importantes de la antigua Grecia. Su escuela se diferenciaba en muchos aspectos de las de la mayoría de sus compatriotas, y uno de estos aspectos es que permitía el acceso a mujeres y a personas marginadas de la sociedad, como esclavos.
Epicuro estableció su escuela en una zona rural a las afueras de Atenas, a la que popularmente se conocía como el Jardín (o el Huerto, según otras traducciones), y promovió un estilo de pensamiento enfocado a conseguir la felicidad evitando el dolor; tal vez por ello, su escuela resultaba tan atractiva para las personas que sufrían el rechazo de la sociedad.
Las bases del pensamiento epicúreo
La ética epicúrea se basaba en un objetivo tan simple como complicado, considerando la época en la que vivió (341-271 a.C.): evitar las turbaciones del alma y el dolor para así lograr un estado de felicidad. Epicuro abogaba por una vida sencilla y el cultivo del amor fraternal, sin privarse de los placeres de la vida pero evitando los excesos, ya que consideraba que estos terminaban por causar sufrimiento.
El hecho de vivir en un entorno rural era parte de esta filosofía, ya que pensaba que una condición necesaria para la felicidad era ser autosuficiente y que el trabajo en comunidad reforzaba los vínculos fraternales. Algo que lo separaba de otros filósofos era que abría las puertas de esta comunidad a gente que normalmente se encontraba excluida de la sociedad o en una posición inferior.
Mujeres, cortesanas y esclavos
Epicuro había nacido en la isla de Samos y, al contrario que los atenienses, tenía una visión más igualitarista. En su escuela era bienvenida cualquier persona de cualquier clase, incluso esclavos y marginados, algo que causó escándalo y que le valió no pocas críticas. También estaba abierta a las mujeres y entre las filas del epicureísmo se contaban varias de ellas, de toda clase.
Algunas eran mujeres libres, como Temista (quien fue una de las figuras principales de la escuela) o Batis, hermana del también filósofo Metrodoro. Pero la mayoría eran hetairas, es decir, mujeres de compañía que contaban con una formación artística y cultural. Conocemos los nombres de algunas de ellas, como Leontio, Hedia, Erotio, Boídion, Mammario o Nicidio.
A pesar de tener una visión más igualitaria que muchos hombres de su tiempo, Epicuro no cuestionaba instituciones tan arraigadas como la esclavitud; como tampoco lo hacían otros filósofos de la talla de Artistóteles. De hecho su propia esclava, Fedrión, vivía en el Jardín y Epicuro le concedió la libertad en su testamento.
Los sucesores del maestro no siempre siguieron su ejemplo. Mayoritariamente, sus discípulos directos respetaron la filosofía del maestro y permitieron que las mujeres aprendieran e incluso fueran maestras. Sin embargo, también hubo romanos seguidores de la escuela epicúrea, como el escritor Tito Lucrecio Caro, que influenciados por su propia sociedad las excluyeron.
De hecho, los romanos fueron bastante críticos con la “permisividad” de Epicuro: Cicerón, sin ir más lejos, despreciaba a las mujeres epicúreas tildándolas de prostitutas, por el hecho de que muchas eran hetairas. Esto, de rebote, hizo que muchos pensadores consideraran a los epicúreos como unos viciosos y depravados, sugiriendo que solo invitaban a las mujeres a su escuela para tener sexo con ellas.