El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha anunciado que su administración donará 500 millones de dosis de la vacuna contra el COVID-19 de Pfizer a países de bajos ingresos a través del programa COVAX. Esta donación es parte de los esfuerzos del gobierno para ayudar a que el mundo se recupere de la pandemia y garantizar un acceso equitativo a las vacunas.

Biden también ha instado a otros países a unirse a esta iniciativa y a aumentar sus donaciones de vacunas para ayudar a combatir la propagación del virus en todo el mundo. Se espera que estas dosis lleguen a los países receptores a lo largo de los próximos meses, ayudando a acelerar sus campañas de vacunación y protegiendo a sus poblaciones vulnerables.

La distribución equitativa de vacunas es fundamental para controlar la pandemia a nivel global y evitar la propagación de variantes más peligrosas del virus. Con esta donación, Estados Unidos se compromete a ser un líder en la lucha contra el COVID-19 y a trabajar en colaboración con otros países para superar esta crisis de salud pública.

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En el siglo XIX, Pierre Loti visitó la isla de Pascua a bordo de La Flore. La isla, con una población escasa, estaba erizada de arrecifes y no tenía puntos de aguada, lo que la hacía inhóspita. Loti quedó maravillado por los moai, colosales esculturas sin cuerpo, solo cabezas, que proyectaban sombras desmesuradas y miraban con expresión misteriosa. Estas estatuas habían sido vistas por los europeos desde la expedición de Jakob Roggeveen en 1722.

La primera descripción de la isla por los españoles data de 1770. Los habitantes polinesios, llamados rapanui, erigieron novecientas estatuas de piedra, con alturas entre 4,5 y 22 metros, conocidas como moai. Estas esculturas fueron talladas en tres canteras diferentes, siendo el Rano Raraku la principal. Allí se tallaron 800 moai, algunos de ellos con grabados geométricos en la espalda.

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La isla de Pascua posee una orografía rocosa y escarpada. En forma de triángulo, en cada vértice se alza un volcán, hoy en día inactivo: al noroeste, el Maunga Terevaka, el punto más alto de la isla, de 511 metros; al noreste, el Puakatiki, de 377 metros, y al sureste, el Rano Kau, de 324 metros.

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Las estatuas más primitivas, como Tukuturi, tienen la cabeza redondeada y el cuerpo rechoncho, con las piernas dobladas en cuclillas. Los escultores tallaban las rocas con azuelas de basalto, dejando una quilla en la espalda de las estatuas. Los moai más imponentes, como Te Tokanga, miden 22 metros de altura y pesan 270 toneladas, y se encuentran sin terminar en el Rano Raraku.

Arrodillados o en cuclillas

Las estatuas presentan rasgos hieráticos, con narices alargadas, orejas estiradas y frentes prominentes. Los moai de la isla de Pascua representan una fascinante muestra del arte escultórico polinesio y continúan siendo un enigma para investigadores y visitantes de todo el mundo.

Las clásicas figuras pétreas del Rano Raraku se esculpieron en un solo bloque y muestran detalles meticulosos en su tallado. Los moai, con su presencia imponente y enigmática, son uno de los mayores atractivos de la isla de Pascua.

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En la cantera del volcán Rano Raraku, algunos moai inacabados asoman de la tierra. El resto del cuerpo, desde los hombros, se halla enterrado.

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Casi todas las figuras encontradas en Pascua son masculinas; solo se ha encontrado algún ejemplar femenino, como la pequeña estatua basáltica llamada Ava Rei Pua.

Desde los centros de producción, los moai eran transportados para su colocación en distintos puntos a lo largo de la costa de la isla. Este traslado requirió sin duda un enorme esfuerzo colectivo. Los rapanui aseguraban que las estatuas se movieron gracias al mana, una fuerza sobrenatural que los impulsaba a desplazarse «caminando» por calzadas de transporte especiales a lo largo de varios kilómetros.

Para mover las estatuas y enderezarlas sobre el ahu o plataforma donde tenían que situarse debieron de servirse de trineos de madera, plataformas que reposaban sobre rodillos transversales móviles o, simplemente, las ponían en pie y las hacían bascular para arrastrarlas con cuerdas en cada lado.

Los moai solían colocarse en un ahu-moai, un complejo de carácter funerario, a la manera del marae (lugar para ceremonias religiosas) polinesio. El ahu-moai se componía de una plaza delimitada por unos muros escalonados de mampostería y dos extensiones laterales o alas. A un lado, una rampa frontal empedrada (tahua) conducía a una terraza elevada, el ahu propiamente dicho, donde se disponían una o varias estatuas, asentadas a la altura de la pelvis. En el interior de la terraza estaba la cámara mortuoria.

Las estatuas estaban colocadas siempre de espaldas al mar y mirando hacia una aldea ceremonial en el interior, formada por grandes cabañas colectivas denominadas hare paenga, en forma de canoa invertida con base de piedra y techo de materia vegetal. Se han inventariado 300 ahu en todo el territorio insular. No todos los moai se hallan situados sobre ahu, pues algunos se alzan en solitario, y tampoco todos los ahu tienen moai encima.

Sobre el significado y función de los moai se han formulado diversas explicaciones. Se cree que algunos de los emplazamientos se relacionaban con leyendas históricas del pueblo rapanui, especialmente con el episodio de la llegada de los primeros pobladores de la isla liderados por el mítico rey Hotu Matu’a. Así, en la costa norte, cerca de Anakena, se halla Ahu Nau Nau, «Lugar de sándalos», el lugar en que habría desembarcado la familia de Hotu Matu’a procedente de Hiva y donde establecieron su residencia sus descendientes.

En la costa oriental se encuentra Ahu Tongariki, «Residencia de reyes», que con sus quince moai alineados es el monumento funerario de época clásica más grande y de más calidad arquitectónica. En Akahanga, en la costa este, se supone que fue enterrado Hotu Matu’a. Ahu Akivi («Siete mensajeros»), situado al oeste en dirección hacia la Polinesia, quizás evoque la tradición histórica de los siete primeros exploradores enviados por Hotu Matu’a. Se supone que algunos importantes ahu-moai estaban orientados en dirección al Sol y las estrellas; es el caso del complejo ceremonial Tahai, «Lugar donde se pone el sol», en la costa oeste, así como de Tongariki, en la costa oriental.

La localización de los moai a lo largo y ancho de la isla podría deberse asimismo a que los monumentos desempeñaban una función de hito para marcar los límites asignados a cada uno de los clanes de la isla –Miru, Haumoana, Marama, Tupahotu y Ngnatimo–, a menudo enemigos a muerte entre sí. Por ello se cree que las estatuas encarnaban el espíritu viviente de antiguos reyes o caciques (akiri) que, al presidir el ahu, aseguraban fertilidad y riqueza a su clan.

Ello se relaciona con una curiosa característica de los moai: sus cuencas oculares vacías. Según ha podido deducirse, éstas contuvieron ojos de coral blanco con un disco de escoria volcánica roja (hani-hani) o de obsidiana (matá) en el centro. Una estatua que no tuviese ojos (mata) era considerada un objeto inerte, sin vida, mientras que al recibirlos se convertía en aringa ora, el «retrato viviente» de un poderoso antepasado, capaz de concentrar el mana o poder sobrenatural que debía proyectar como protección sobre la la propia tribu.

La operación de «apertura de ojos» solo se efectuaba cuando el moai se alzaba sobre el ahu. Curiosamente, el vocablo mata significa tanto «clan» como «ojo», lo que da sentido a uno de los nombres antiguos de la isla de Pascua: Mata Ki Te Rangi, «Ojos que miran al Cielo».

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