En el periodo comprendido entre los años 1180 y 1174 a.C., el faraón Ramsés III trasladó a un grupo de soldados libios al delta del Nilo. Estos mercenarios, conocidos como «mashauash», tenían la responsabilidad de resguardar el este de posibles invasiones asiáticas, y con el tiempo, se organizaron en linajes libios bajo la dirección de los «jefes de los mashauash».
Unos doscientos años más tarde, uno de esos jefes aprovechó una crisis sucesoria para convertirse en faraón. Sheshonq I fundó la dinastía XXII y buscó restablecer el poder egipcio en el Próximo Oriente. Su ascenso al trono estuvo respaldado por su influente familia de Bubastis en el delta oriental y sus conexiones con los sacerdotes de Ptah en Menfis, así como su enlace con los faraones a través de matrimonios.
Sheshonq, sobrino o incluso hijo del faraón Osorcón el Viejo, se convirtió en consejero de confianza de Psusenes II, el último faraón de la dinastía XXI, al casarse su hijo con la princesa Maatkare. Tras la muerte de Psusenes, Sheshonq accedió al trono, aunque enfrentó dudas sobre su legitimidad, especialmente por su origen libio, lo que no lo hizo popular entre los sacerdotes de Amón en Tebas.
Para consolidar su reinado, Sheshonq se enfrentó a la resistencia del clero de Tebas, consultando el oráculo de Abydos para legitimarse como faraón. Nombró a su hijo Iuput sumo sacerdote de Amón para controlar la región sur, y a su hijo Nimlot como comandante militar de Heracleópolis para gobernar el Egipto Medio. Su política exterior incluyó alianzas con líderes como el rey Abibaal de Biblos, y buscó recuperar la influencia egipcia en el Próximo Oriente mediante la diplomacia y la fuerza. por su predecesor y, según se cree, construyó también un palacio en Tanis, su ciudad natal.
El rápido crecimiento de la población mundial ha generado preocupación por la disponibilidad de recursos naturales y el impacto en el medio ambiente. Según un informe reciente, se estima que la población mundial alcanzará los 9.7 mil millones para el año 2050. Esta cifra plantea desafíos significativos en términos de seguridad alimentaria, acceso a agua potable y energía sostenible.
La creciente demanda de alimentos ha llevado a prácticas agrícolas intensivas que agotan los suelos y contaminan los recursos hídricos. Además, la explotación de combustibles fósiles para satisfacer la demanda de energía ha contribuido al cambio climático y la degradación del medio ambiente.
Para abordar estos problemas, es necesario adoptar un enfoque holístico que promueva la sostenibilidad en todas las áreas de la vida. Esto incluye la implementación de prácticas agrícolas sostenibles, la promoción de fuentes de energía renovable y la conservación de los recursos naturales.
Es fundamental que los gobiernos, las empresas y la sociedad en su conjunto se comprometan a trabajar juntos para encontrar soluciones a estos desafíos. Solo a través de un esfuerzo colectivo y una acción decisiva podemos garantizar un futuro sostenible para las generaciones venideras.