Durante milenios la figura de Qin Shihuang di, el Primer Emperador, ha sido denigrada por la historiografía oficial china. Los diversos testimonios tendían a presentar a este soberano de finales del siglo III a.C. como un déspota e incluso como un paranoico. La única descripción que conservamos de él no le es en modo alguno favorable: «Como hombre, el rey de Qin es de nariz ganchuda, ojos alargados, pecho de ave de rapiña y voz de chacal. De bondad tiene muy poca y su corazón es como el de un tigre o el de un lobo». Se decía que, en su locura, ordenó arrasar la vegetación de una montaña que le cortaba el paso y pintarla de rojo, como se hacía con las cabezas rapadas de los condenados; y que en otra ocasión ennobleció a un árbol que le había dado cobijo.
Es cierto que fue el primer unificador de China, tras someter a los «reinos combatientes» y realizar reformas de gran calado, entre ellas la construcción de la Gran Muralla, pero el precio que pagó la población china fue altísimo: centenares de miles de trabajadores forzados y de víctimas de sus campañas de conquista. No es de extrañar que, a su muerte, estallara una rebelión que arrasó por completo su palacio y su capital de Xianyang.
Sin embargo, la imagen tradicional sobre Qin Shihuang di empezó a cambiar en época reciente. Durante la Revolución Cultural impulsada por Mao Zedong (1966-1977), el pasado –que en el pensamiento tradicional chino es la gran escuela del presente– se había vuelto muy resbaladizo. Figuras venerables, como la de Confucio, pasaban por uno de sus peores momentos, mientras otras, como la del Primer Emperador, veían su nombre reivindicado. En 1972, una elogiosa biografía de Qin Shihuang di, publicada por un oscuro historiador, Hong Shidi, consiguió vender 1.850.000 ejemplares en menos de un año.

Qin Shi Huang imperial tour
Qin Shihuang di es llevado en un palanquín durante uno de sus viajes de inspección. Pintura sobre seda. Siglo XVII. Biblioteca Nacional, París.
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Ello despertó una cierta curiosidad por el túmulo funerario del Primer Emperador que se yergue en las afueras de Xi’an, donde también había estado ubicada la capital de la dinastía Qin, Xianyang. Por lo pronto, sin embargo, no afectó para nada la vida cotidiana de las veinte granjas colectivas que se hallaban diseminadas alrededor de aquel monumento, empeñadas como siempre en buscar agua para aumentar la productividad de sus cosechas.
Ciertamente, cuando se perforaban pozos o se cavaban tumbas –como se hizo en los siglos XVIII y XIX– en alguno de los campos de alrededor aparecían de vez en cuando fragmentos de manos en terracota, puntas de flecha, restos de tejas y ladrillos. Alguna vez, y sólo tenemos constancia de lo ocurrido en el siglo XX, había aparecido alguna cabeza o algún cuerpo entero.
El destino de las piezas, consideradas espíritus, dependía del talante de quien los encontraba, ya que tanto podían acabar azotadas por obstruir el pozo, como terminar sentadas en un oscuro templo: éste parece haber sido el destino de dos guerreros desenterrados en 1956 y que desaparecerían después, junto con los demás dioses varios, en las vorágines sucesivas del Gran Salto Hacia Delante y la Revolución Cultural. La simpatía de Mao por el Primer Emperador le había hecho firmar un decreto en 1961 para proteger la zona, pero la disposición sólo afectaba al túmulo visible. Nada permitía sospechar que el complejo funerario de Qin Shi Huang se extendía varios kilómetros alrededor; de hecho, ocupa 56 km2.

Xi’an Royal Bronze Chariot panoramio
General montado en un carro de bronce descubierto en la gran fosa del mausoleo del primer emperador.
EL DESCUBRIMIENTO
Un día de primavera de 1974 un colectivo de campesinos en el que iban los hermanos Yang tropezó, a poco de empezar a taladrar un pozo, con una capa de tierra de dureza inusitada: acababan de topar con uno de los muros que separan los corredores donde se alinean los guerreros del emperador. Al día siguiente dieron con lo que parecía el cuello de una vasija, en realidad el cuello de uno de los soldados. Todavía cavaron un día más hasta que extrajeron primero un cuerpo entero, para llegar después a una cámara subterránea. En aquel momento decidieron alertar a las autoridades locales, que emprendieron inmediatamente una prospección arqueológica: los resultados, que tardaron un par de meses en verificarse, dejaron boquiabierto al país y entusiasmaron a Mao.
Sima Qian, el gran historiador del siglo II a.C., había descrito en detalle la disposición de la cámara funeraria de Qin Shihuang di, enterrada bajo el túmulo, así como los recintos funerarios de sus cercanías. Pero los disturbios que acompañaron la caída de la dinastía fundada por Qin Shihuang di y que habían hecho arder su capital hasta los cimientos arrasaron también los edificios de su gigantesco mausoleo, ubicados, junto con éste, en un doble recinto amurallado.

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La Gran Muralla. El emperador Qin Shihuang di unió las murallas erigidas por gobernantes anteriores para culminar esta imponente obra, que se prolonga más de 6.000 kilómetros y cuya función era detener las incursiones de los pueblos de las estepas.
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La construcción, a un kilómetro y medio de distancia, de los 20.000 m2 de corredores subterráneos en los que se alinean unos 8.000 soldados de terracota de tamaño natural, caballos y carros de combate había pasado totalmente desapercibida. Pero esta vez, en 1974, el momento era políticamente correcto, y el descubrimiento se convirtió en una primera noticia mundial y en un reclamo turístico de primera magnitud para el que no se escatimaron recursos. Desde entonces, los descubrimientos se suceden incansablemente año tras año. De hecho se tardará muchísimo más en excavar su tumba que los 36 años que se tardó en construirla.
RÍOS DE MERCURIO
El centro del complejo funerario era el mausoleo, en el que un túmulo funerario de 515 metros de norte a sur y 485 de este a oeste (hoy reducidos a 350 por 345) recubría una cámara funeraria excavada a más de 30 metros bajo tierra. Allí se acumularon multitud de objetos preciosos sobre una base que simulaba los grandes ríos de China y bajo una cúpula en la que se reproducía el cielo, todo ello veteado de mercurio. El túmulo aún no se ha excavado, pero las mediciones de mercurio a las que se le ha sometido –en 1980 y 2003– han revelado una acumulación inusual de este metal en su centro: ello prueba tanto la veracidad de la descripción de Sima Qian como la permanencia de una estructura interna que ni se ha hundido ni ha sido saqueada.
