“Dios lo desea con todo su corazón”

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En el año 1095, alrededor de 300 eclesiásticos se reunieron en el concilio convocado por el papa Urbano II en Clermont, Francia, para abordar una cuestión que tendría un impacto significativo en la historia de Europa y Oriente: el emperador bizantino Alejo I había solicitado ayuda del Occidente para proteger su imperio.

El papa dio un apasionado discurso instando a la Iglesia en toda Europa a presionar a sus monarcas para que acudieran en auxilio de sus hermanos cristianos en Oriente y recuperaran Tierra Santa del dominio musulmán. Concluyó su discurso con una frase que resonaría en la historia: “Deus vult!” (“¡Dios lo quiere!”).

Este grito se convirtió en el lema de las Cruzadas, un período de campañas militares hacia Palestina protagonizadas por los ejércitos cristianos, que buscaban controlar ese territorio histórico frente a los musulmanes. Sin embargo, en ciertas ocasiones, la ayuda a Bizancio quedó en un segundo plano y, en un evento destacado en 1204, las tropas cruzadas incluso llegaron a atacar la capital bizantina, Constantinopla.

¿Por qué Dios querría la guerra? La razón radica en que el Papa supo aprovechar la promesa de que participar en las Cruzadas significaba el perdón de todos los pecados, una oferta irresistible para los cristianos de la Edad Media. La guerra santa se percibía como una forma de peregrinación combinada con la lucha en nombre de Cristo.

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