El 24 y 25 de agosto del 79 d.C., una formidable erupción del Vesubio destruyó las poblaciones de la Campania que se hallaban al sureste del volcán. Pompeya quedó cubierta por una gruesa capa de cenizas y lapilli, mientras que una avalancha de fango anegaba Herculano, un plácido centro de recreo; otras localidades menores, como Estabia y Oplontis, fueron igualmente borradas del mapa.
Sin embargo, el rastro de las ciudades perdidas no desapareció del todo. Junto al río Sarno, próximo a su desembocadura, afloraban los restos de las construcciones más altas de Pompeya; las gentes del lugar llamaban a estas ruinas Civita, la Ciudad, y se decía que eran las de una de las ciudades destruidas por el Vesubio. Era opinión común que se trataba de Estabia, pero el poeta Jacopo Sannazaro había intuido en su Arcadia que eran las de Pompeya.
Sannazaro murió en 1530 y a finales de la centuria, el arquitecto Domenico Fontana recibió el encargo de abrir un canal para llevar las aguas del Sarno tierra adentro. Al cavar en la colina de la Civita, Fontana encontró mármoles y paredes pintadas, pero el duque del Sarno, que había encargado las obras, ordenó ignorar el hallazgo y seguir con el canal.
LAS MINAS DE HERCULANO
Pero la historia del descubrimiento de las ciudades enterradas no iba a empezar por Pompeya, sino por Herculano, sobre la que había surgido una ciudad moderna, hoy un suburbio de Nápoles. En 1734, el futuro Carlos III de España, hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio, se convirtió en rey de Nápoles y en 1738 comenzaron los trabajos para levantar la residencia real de Portici, al lado de Herculano. El ingeniero militar Roque Joaquín de Alcubierre, nat…
Fuente (para controlar el refrito): https://historia.nationalgeographic.com.es/a/descubrimiento-pompeya-y-herculano_20959