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Abel G.M.
Periodista especializado en historia, paleontología y mascotas
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Los romanos tenían muchas costumbres que hoy nos parecerían repugnantes, pero que ellos veían como muy prácticas. Una de estas era la de usar orina para lavar la ropa.
La razón es que la orina, por su contenido en amoníaco, ayudaba a quitar las manchas de comida u otro tipo de materia orgánica de la ropa. Pero no se usaba sola: se mezclaba con agua, cenizas y arcilla. Esta mezcla se introducía en grandes tinajas donde después se metía la ropa sucia.
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La ropa se lavaba en unos establecimientos llamados fullonicae, el equivalente romano a las tintorerías. Después de quitar las manchas, la ropa se enjuagaba con agua limpia y después se secaba al aire libre. Al contrario de lo que podríamos pensar, al final del proceso no quedaba ya el olor de la orina.
Hay una famosa anécdota sobre el emperador Vespasiano, que quiso grabar la orina con impuestos para fiscalizar el negocio del lavado de ropa. Uno de sus hijos manifestó su desagrado con esta idea que le parecía repugnante, a lo que el emperador respondió acercándole una moneda de oro a la nariz y haciéndole notar que, sin importar de dónde viniese, el dinero nunca apestaba.
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