Es una verdad universalmente reconocida que cuando algo comienza mal, generalmente termina mal. Las decisiones precipitadas rara vez conducen a resultados positivos, y en la actualidad el fútbol español se encuentra en una situación preocupante que amenaza con afectar a muchas personas si no se toman medidas para rectificarla. No sirve de nada pedir ayuda a la FIFA si desde dentro de la propia federación y el CSD no se reconoce cómo se ha llegado a este punto y qué sacrificios son necesarios para salir adelante.
La semana pasada, a pesar de las numerosas voces que pedían un cambio en la dirección de la RFEF, la mayoría de los miembros de la Federación decidieron mantener la confianza en aquellos que los habían llevado a esta situación caótica. Es inexplicable, dirán algunos. No obstante, tiene su lógica. En un entorno tan cerrado, a menudo se prefiere lo malo conocido a lo bueno por conocer. El problema es que lo conocido llevaba inevitablemente a la RFEF al borde del abismo. Fue un golpe en la cabeza cuando, apenas 24 horas después de renovar los avales, el candidato elegido fue imputado por corrupción.
Nadie es capaz de asumir cómo se ha llegado hasta aquí
El TAD no tardó en abrir un expediente de inhabilitación al candidato y a la comisión gestora tras la imputación; y es probable que nos encaminemos hacia unas nuevas elecciones para elegir una presidencia temporal. Otros meses valiosos perdidos.
Sería conveniente que las federaciones territoriales reconocieran la grave pérdida de tiempo y prestigio que están sufriendo, especialmente porque esto dificulta su elección como sedes del Mundial 2030. Algunos valientes me ofrecieron su ayuda hace una semana. ¿Nos unimos más valientes y nos ponemos a trabajar? Todavía podemos abrir el paracaídas.